domingo, 30 de noviembre de 2008

El guardián

En la adolescencia...nadie me puso este libro entre las manos y a nadie oí hablar de él.
Dos días imbuida del espíritu de
Holden Caulfield , veo que me va a salvar ciertamente su cortedad. No me extraña la aparente fijación de personajes reales y ficticios por “El guardián entre el centeno”. Como no mantengas una lucidez inmediata, te arrastra y te atrapa, como un torbellino, a danzar una malévola danza y entrar en espirales largo tiempo dejadas atrás. Me sorprende su victimismo acerbado y las descalificaciones hacia el resto de personajes que, habitan el mundo de este personaje de Salinger, por otra parte, característica innata de las fluctuaciones adolescentes.
Cruda, pesimista, real y a veces divertidamente sarcástica, como la vida misma.
Se me resuelven algunas preguntas y encuentro el pasaje por el que, ciertamente, me veo atada en este momento a la novela:

-...estaba pensando en otra cosa. En una cosa absurda.
- ¿Sabes lo que me gustaría ser de verdad si pudiera elegir?
- ¿Qué?
– Te acuerdas de esa canción que dice, “Si un cuerpo coge a otro cuerpo, cuando van entre el centeno…”? Me gustaría…
-Es "Si un cuerpo encuentra a otro cuerpo, cuando van entre el centeno..."- dijo Phoebe- Y es un poema. Un poema de Robert Burns…Muchas veces me imagino que hay un montón de niños jugando en un campo de centeno. Miles de niños. Y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Sólo yo. Estoy al borde de un precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan a él. En cuánto empiezan a correr sin mirar adónde van, yo salgo de dónde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos. Yo sería el guardián entre el centeno. Te parecerá una tontería, pero es lo único que de verdad me gustaría hacer. Sé que es una locura.

¡Cuántas inquietudes e interrogantes ante mi quehacer diario!



***


jueves, 27 de noviembre de 2008

El Principito

XXI

Entonces apareció el zorro:
—¡Buenos días! —dijo el zorro.
—¡Buenos días! —respondió cortésmente el principito que se volvió pero no vio nada.
—Estoy aquí, bajo el manzano —dijo la voz.
—¿Quién eres tú? —preguntó el principito—. ¡Qué bonito eres!
—Soy un zorro —dijo el zorro.
—Ven a jugar conmigo —le propuso el principito—, ¡estoy tan triste!
—No puedo jugar contigo —dijo el zorro—, no estoy domesticado.
—¡Ah, perdón! —dijo el principito.


—¿Qué significa "domesticar"?
Tú no eres de aquí —dijo el zorro— ¿qué buscas?
—Busco a los hombres —le respondió el principito—. ¿Qué significa "domesticar"?
—Los hombres —dijo el zorro— tienen escopetas y cazan. ¡Es muy molesto! Pero también crían gallinas. Es lo único que les interesa. ¿Tú buscas gallinas?
—No —dijo el principito—. Busco amigos. ¿Qué significa "domesticar"? —volvió a preguntar el principito.
—Es una cosa ya olvidada —dijo el zorro—, significa "crear lazos... "

—Es una cosa demasiado olvidada—-dijo el zorro—. Significa "crear lazos".
Pero después de una breve reflexión, añadió:
—¿Crear lazos?
—Efectivamente, verás —dijo el zorro—. Tú no eres para mí todavía más que un muchachito,igual a otros cien mil muchachitos y no te necesito para nada. Tampoco tú tienes necesidad de mí y no soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo...
—Comienzo a comprender —dijo el principito—. Hay una flor... creo que ella me ha domesticado...
—Es posible —concedió el zorro—, en la Tierra se ven todo tipo de cosas.
—¡Oh, no es en la Tierra! —exclamó el principito.
El zorro pareció intrigado:
—¿En otro planeta?
—Sí.
—¿Hay cazadores en ese planeta?
—No.
—¡Qué interesante! ¿Y gallinas?
—No.
—Nada es perfecto —suspiró el zorro.

Y después volviendo a su idea:
—Mi vida es muy monótona. Cazo gallinas y los hombres me cazan a mí. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres son iguales; por consiguiente me aburro un poco. Si tú me domesticas, mi vida estará llena de sol. Conoceré el rumor de unos pasos diferentes a todos los demás. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra; los tuyos me llamarán fuera de la madriguera como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves allá abajo los campos de trigo? Yo no como pan y por lo tanto el trigo es para mí algo inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada y eso me pone triste. ¡Pero tú tienes los cabellos dorados y será algo maravilloso cuando me domestiques! El trigo, que es dorado también, será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo.

El zorro se calló y miró un buen rato al principito:
—Por favor... domestícame —le dijo. —Bien quisiera —le respondió el principito pero no tengo mucho tiempo. He de buscar amigos y conocer muchas cosas.
—Sólo se conocen bien las cosas que se domestican —dijo el zorro—. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan amigos, los hombres no tienen ya amigos. ¡Si quieres un amigo, domestícame!
—¿Qué debo hacer? —preguntó el principito.
—Debes tener mucha paciencia —respondió el zorro—. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en el suelo; yo te miraré con el rabillo del ojo y tú no me dirás nada. El lenguaje es fuente de malos entendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca...

El principito volvió al día siguiente.
—Hubiera sido mejor —dijo el zorro— que vinieras a la misma hora. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde; desde las tres yo empezaría a ser dichoso. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto, descubriré así lo que vale la felicidad. Pero si tú vienes a cualquier hora, nunca sabré cuándo preparar mi corazón... Los ritos son necesarios.
—¿Qué es un rito? —inquirió el principito.
—Es también algo demasiado olvidado —dijo el zorro—.Es lo que hace que un día no se parezca a otro día y que una hora sea diferente a otra. Entre los cazadores, por ejemplo, hay un rito. Los jueves bailan con las muchachas del pueblo. Los jueves entonces son días maravillosos en los que puedo ir de paseo hasta la viña. Si los cazadores no bailaran en día fijo, todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones.

De esta manera el principito domesticó al zorro. Y cuando se fue acercando el día de la partida:
—¡Ah! —dijo el zorro—, lloraré.
—Tuya es la culpa —le dijo el principito—, yo no quería hacerte daño, pero tú has querido que te domestique...
—Ciertamente —dijo el zorro.
—¡Y vas a llorar!, —dijo él principito.
—¡Seguro!
—No ganas nada.
—Gano —dijo el zorro— he ganado a causa del color del trigo.
Y luego añadió:
—Vete a ver las rosas; comprenderás que la tuya es única en el mundo. Volverás a decirme adiós y yo te regalaré un secreto.
El principito se fue a ver las rosas a las que dijo:
—No son nada, ni en nada se parecen a mi rosa. Nadie las ha domesticado ni ustedes han domesticado a nadie. Son como el zorro era antes, que en nada se diferenciaba de otros cien mil zorros.
Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo.
Las rosas se sentían molestas oyendo al principito, que continuó diciéndoles:
—Son muy bellas, pero están vacías y nadie daría la vida por ustedes. Cualquiera que las vea podrá creer indudablemente que mí rosa es igual que cualquiera de ustedes. Pero ella se sabe más importante que todas, porque yo la he regado, porque ha sido a ella a la que abrigué con el fanal, porque yo le maté los gusanos (salvo dos o tres que se hicieron mariposas ) y es a ella a la que yo he oído quejarse, alabarse y algunas veces hasta callarse. Porque es mi rosa, en fin.
Y volvió con el zorro.
—Adiós —le dijo.
—Adiós —dijo el zorro—. He aquí mi secreto, que no puede ser más simple : sólo con el corazón
se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos.

—Lo esencial es invisible para los ojos —repitió el principito para acordarse.
—Lo que hace más importante a tu rosa, es el tiempo que tú has perdido con ella.
—Es el tiempo que yo he perdido con ella... —repitió el principito para recordarlo.
—Los hombres han olvidado esta verdad —dijo el zorro—, pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Tú eres responsable de tu rosa...
—Yo soy responsable de mi rosa... —repitió el principito a fin de recordarlo.

El principito Antoine de Saint- Exúpery



Esa asombrosa labor es la que se me brinda cada día, domesticar y que me domestiquen


***


Soy...

"Enseñar es un ejercicio de inmortalidad" Alves.

 Habitar lugares en memorias infantiles y adolescentes.
¿Permanezco yo? No, es la sabiduría, la eterna.
Líneas, ángulos, invertebrados, sílabas, palabras, lenguaje, poemas, dibujos, canciones, juegos...¡Ay mis chicos!
Inmortalidad, sapiencia, ciencia, conocimiento, aprendizaje, cultura, eternidad…
Yo, su permanente ejercicio.
Yo, su mensajera.




Hoy, 27 de noviembre, día del maestro.

***

martes, 25 de noviembre de 2008

"La mort d'Ophélie"




Auprès d'un torrent Ophélie
Cueillait, tout en suivant le bord,
Dans sa douce et tendre folie,
Des pervenches, des boutons d'or,
Des iris aux couleurs d'opale,
Et de ces fleurs d'un rose pâle
Qu'on appelle des doigts de mort.
Ah!

*
Puis, élevant sur ses mains blanches
Les riants trésors du matin,
Elle les suspendait aux branches,
Aux branches d'un saule voisin.
Mais trop faible le rameau plie,
Se brise, et la pauvre Ophélie
Tombe, sa guirlande à la main. 

** 
Quelques instants sa robe enflée
La tint encor sur le courant
Et, comme une voile gonflée,
Elle flottait toujours chantant,
Chantant quelque vieille ballade,
Chantant ainsi qu'une naïade
Née au milieu de ce torrent.

***
Mais cette étrange mélodie
Passa, rapide comme un son.
Par les flots la robe alourdie
Bientôt dans l'abîme profond
Entraîna la pauvre insensée,
Laissant à peine commencée
Sa mélodieuse chanson.
Ah!
****
Berlioz: La Mort d'Ophélie
Texto de Ernest Legouvé.



" ...le he dado forma a la noche..."


***


Acerca de la Ofelia de Millais

Ophelia (1851-1852). Óleo sobre lienzo 76,2 x 11,8 cm. Tate Gallery, Londres. Sir John Everett Millais (1829-1896)

El cuadro representa la escena que le describe Gertrudis, madre de Hamlet, al hermano de Ofelia, Laertes.
La mejor imagen de Ofelia puede verse en la londinense Galería Tate, en un famoso óleo del precoz pintor John Everett Millais, considerado como el sucesor de Turner.

Inspirado comentario el de Sánchez Artola al óleo de Millais:

La figura de Ofelia está desapareciendo bajo las “gimientes” y sosegadas aguas, que son lo suficientemente diáfanas, como para no ocultar a nuestra vista sus brazos y torso parcialmente inmersos. Su hermoso rostro está ahora ausente en un gesto patético que conmueve profundamente. Los ojos inanimados, los labios entreabiertos, inertes y las manos en actitud de ofrenda, dejando escapar unas flores. La parte inferior de su cuerpo parece estar ya sumergida, permaneciendo en la superficie las piezas más vaporosas del pesado vestido, que al igual que sus largos cabellos, parecen resistirse a desvanecerse para siempre.


... Parece estar destinada a fluir disuelta en el agua, pero a la vez tangible e incorruptible, para, como sugiere Bachelard, aparecerse por siglos a los soñadores y a los poetas, flotando en su río. Junto a ella sobrenadan las flores que había recogido. Flores que están modeladas con una precisión y una minuciosidad asombrosas. Algunos críticos contemporáneos del autor no encontraron encanto alguno en esta pulcritud realista de Millais; su exuberancia naturalista les parecía una complacencia innecesaria e indolente, un desacierto que hurtaba eficacia dramática a la protagonista de la historia. Nada más lejos de la realidad. El conjunto de la composición es soberbio, y a pesar de eso nada impide que cuando nos encontramos con el lienzo, la mirada se desvíe empática e ineludiblemente hacia la desdichada.


Ya en los prolegómenos del fatal desenlace de Ofelia, ésta recurre a las plantas para transmitir sus cuitas a Gertrudis. Con intención incierta le ofrece unas hierbas reputadas entonces por sus efectos beneficiosos, pero también por su efectos abortivos, el hinojo y la ruda, a la que además se le atribuía eficacia para exorcizar demonios, y también palomilla, una planta que a altas dosis resulta igualmente tóxica: “…hinojo para vos, y palomillas y ruda... para vos también, y esto poquito es para mí. Nosotros podemos llamarla yerba santa del Domingo,... vos la usaréis con la distinción que os parezca...”. En tono mordaz y atormentado denuncia la muerte de su padre Polonio a manos de Hamlet: “…Ésta es una margarita. Bien os quisiera dar algunas violetas; pero todas se marchitaron cuando murió mi padre. Dicen que tuvo un buen fin...”


Tras la desaparición de Ofelia, una vez más, los personajes evocan mediante este recurso estilístico lo que no se atreven a verbalizar. Gertrudis, al relatar a Laertes el desgraciado episodio, lleva a escena las flores que supuestamente Ofelia ha recogido antes de precipitarse al río y que tienen una trágica carga simbólica. Millais no hizo sino mantenerse fiel al artificio alegórico shakesperiano. Violetas enguirnaldadas abrazan el cuello de la joven, siendo estas flores un icono de la desesperanza y de la muerte prematura. Flotando en el agua hay esparcidos: pensamientos, alegoría del amor no correspondido, y amapolas, símbolo del adormecimiento y la muerte. También vemos: nomeolvides, ulmarias, ortigas, narcisos, margaritas, coronas imperiales, lirios, adonis, dedos de muerto… incorporados no como aderezos pueriles, sino como metáforas tanto de los defectos de Hamlet como de los sentimientos taciturnos de Ofelia. Que Millais hubiera prescindido de esta abundancia iconográfica o que no se hubiera esmerado en su reproducción hubiera sido incoherente.


La muerte de Ofelia en la obra de Shakespeare es fuente de un perpetuo ejercicio especulativo, pues el hecho luctuoso no sucede en escena. Es narrado por boca de Gertrudis, quien explica que ha caído involuntariamente al río y en su desvarío se ha dejado llevar: “…Llegada que fue, se quitó la guirnalda, y queriendo subir a suspenderla de los pendientes ramos; se troncha un vástago envidioso, y caen al torrente fatal, ella y todos sus adornos rústicos. Las ropas huecas y extendidas la llevaron un rato sobre las aguas, semejante a una sirena, y en tanto iba cantando pedazos de tonadas antiguas, como ignorante de su desgracia, o como criada y nacida en aquel elemento. Pero no era posible que así durase por mucho espacio. Las vestiduras, pesadas ya con el agua que absorbían la arrebataron a la infeliz; interrumpiendo su canto dulcísimo, la muerte, llena de angustias”
El accidente se transmuta en acto deliberado en el acto V, en la conversación de los sepultureros “¿Y es la que ha de sepultarse en tierra sagrada, la que deliberadamente ha conspirado contra su propia salvación?”. A los ojos del criticismo en general y del poético en particular, los tristes avatares de su vida, su estado delirante, y el mismo sentido lírico hacen más apetecible la tesis de la muerte suicida, más por abandono que por acción.


La pintora, poetisa y arquetipo estético prerrafaelista Elisabeth Eleanor Siddal, fue la paciente modelo de esta obra magistral, en interminables sesiones en las que posaba sumergida en una bañera con un precioso vestido antiguo que el pintor había encontrado para la figuración. Según cuenta el hijo de Millais en su obra biográfica sobre su progenitor, un día no se pudo calentar el agua y Elisabeth enfermó durante varios días. El padre de la artista se enfadó considerablemente con el pintor, requiriéndole una satisfacción económica. Lo cierto es que una vez recuperada del enfriamiento “acuático” no volvió a trabajar para Millais.


La infeliz y enigmática Ofelia shakespeariana, fuente inagotable de inspiración artística, literaria y filosófica, sedujo a Millais, quien forjó una reinterpretación pictórica realmente sobrecogedora. Si bien el tema central de la obra es el mito ofeliano, el melancólico escenario natural que lo enmarca es admirable. El entorno es frondoso y brillante en colorido, de suerte que, no resulta opresivo a pesar de ser testigo de la tragedia. Este paraje apropiado para su inspiración y capturado de manera fidedigna, lo había encontrado el pintor tras una ardua búsqueda, acompañado de su amigo Hunt, cerca de Ewen en un remanso del río Hogsmill.



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domingo, 23 de noviembre de 2008

Ofelia en la noche



"Sentada en la orilla, entre la hierba audaz que bordea el río, miro embelesada las flores que adornan tu delgado y majestuoso cuerpo. Hundo mis manos en las transparentes y tranquilas aguas que te envuelven y cerrando los ojos escucho el profundo silencio de tu eterna muerte.

"Yo, como Ofelia canto estrofas de antiguas canciones..."
Yo, como tú, trenzo guirnaldas de flores para evocar a mis muertos.

Algunas noches bajo a acompañarte y te acuno cálidamente con una cantata, frágil y delicada. Acomodo tus obsesiones, tu juventud, tus cantos, tu súplica, tu vida y tu muerte entre los míos, mientras mece, la suave brisa nocturna, tu interrogadora mirada y tus implorantes manos.

Entonces un último hálito sacude el tiempo y descansamos las dos en brazos de lo eterno".



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sábado, 15 de noviembre de 2008

maac

Gracias maac por tu detalle, por la delicada cantata de Berlioz y gracias también porque reconozco en ti una fuente inagotable, donde acudir constantemente a saciar mi sed.
Mil preguntas galopan el aire, mil preguntas para ti. Un regalo en mis manos que tomo agradecida. ¡Qué suerte la mía haberte encontrado y tan cerca!


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miércoles, 12 de noviembre de 2008

Voy


...Así que, de nuevo voy maravillosamente acompañada de mi soledad.
Creo que es cuestión de profundidades; en la música, en la literatura, en el arte y en el mar. ¡Es tan satisfactorio recorrerlos y recorrerme!


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sábado, 8 de noviembre de 2008

Ofelia

Allí donde en el río crece un sauce recostado,
que refleja hojas blancas en el agua cristalina.
Allí, mientras tejía fantásticas guirnaldas
de ranúnculos, ortigas, margaritas y esas flores alargadas
que los pastores procaces llaman con nombres soeces,
pero que en boca de nuestras doncellas no son
sino “dedos de difunto”. Allí, cuando trepaba
para colgar en el árbol su corona silvestre,
rompiose una rama pérfida, y cayó ella, y sus trofeos
floridos en aquel arroyo de lágrimas. Extendidos
sus ropajes en el agua, salía a flote cual sirena,
y cantaba estrofas de antiguas canciones,
inconsciente del peligro, o como hija del agua,
acostumbrada a vivir en el propio elemento.
No paso mucho tiempo, sin embargo,
sin que el peso de sus vestidos empapados de agua
arrebatara de sus cánticos a la infeliz, arrastrándola al cieno de la muerte.


William Shakespeare. "Hamlet. Acto IV, escena 7" (1599)


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domingo, 2 de noviembre de 2008

Yo

"Soy oprobio y seguramente objeto de desprecio, escarnio y burla. No lucho, he arrojado la toalla de los escasos convencionalismos que habitan en mi interior"


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sábado, 1 de noviembre de 2008

Cuando me vaya

"Cuando me vaya recogeré las flores olorosas, los sentidos poemas y todo aquello que escribí de mis tristezas, los viejos libros que amé y los recuerdos perfumados que viví... al salir, entornaré la puerta con delicadeza"

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