Un halago: "...la facilidad con la que trasciendes de los objetos comunes a pequeños tesoros del pensamiento"
Un encuentro: " ...coleccionaba pensamientos porque en ellos escondía lo que siempre le hubiera gustado ser."Rosa Díaz
Desasosegada e intranquila esta mañana hasta escuchar de nuevo las palabras que, minutos antes, han resbalado expresamente para mí entre luces, sombras y bambalinas. Pensamientos.
"Al atardecer, en una de las pozas del río Cazuma he visto nuestro reflejo. Íbamos las dos vestidas de primavera, Marta" Hace unas semanas me preguntaba...y yo ¿cuándo me vestiré yo de primavera? Hoy. Hoy me he vestido de primavera y regreso a casa con mi piel impregnada de hierbas de monte.
Horadando el barranco he recordado mis primeras salidas a la montaña. Fue tal el impacto que, desde entonces, lo llevo "como un sello en el corazón, como tatuaje en el brazo" que dice El Cantar de los Cantares.
La recorro asombrada y feliz como si fuera la primera vez. Es mi referencia. La montaña es mi cofre donde escondo un tesoro preciado, la querencia más vital, la más pura, la más indomable, la más natural. Guarda mi espíritu más salvaje y noble. Hoy, de nuevo ha renovado su alianza en mi piel, a fuego lento, como las grandes pasiones, mientras mis pies hollaban el curso de su garganta, la del río Cazuma.
Mis sentidos han estallado a la vez ante los olores de pinos, romeros, tomillos, profusión de manzanilla, espliego y salvia. Adornaban las flores gamas de amarillos, azules, blancos, morados, rosas junto a los esmeraldas de las limpias aguas del Cazuma que han reconstituido nuestros pies al final de la tarde.
Las pinturas de 5 a 7 mil años permanecen impertérritas en el abrigo de la Cova de la Araña. Nosotras pasaremos, como pasaron todos los que habitaron estas tierras: fenicios, íberos, romanos, cartagineses, moros... y ellas seguirán aquí para siempre, hablando a los hombres de la eternidad, de cuán de sagrado existe en el hombre y en su hábitat.
El tacto de mis manos agarrándose a las rocas del desfiladero, la frescura en el último tramo de la garganta, el calor que aún no es asfixiante para recorrer senderos. El agua acompañándonos siempre, en todo el recorrido, susurrando melodías mientras caía al lecho desde las rocas. El río, divertido, se escondía y tornaba a aparecer más cantarín, más juguetón... ¡Qué reconfortante!
Cuando la Gola de Lucino nos ha encajonado definitivamente y sin escapatoria en el barranco, ha cesado el murmullo del agua. Entonces el viento ha tomado el relevo y entonado el canto de la madre tierra. Su son se amplificaba en verticalidad hasta nosotras. El viento, arriba, con su melodía infinita y suspendida de las piedras calizas mientras nosotras, abajo, eramos arrulladas por sus armónicos, que poderosos resbalaban por las paredes verticales, cantando la inmensa soledad y la serenidad del transcurrir del tiempo.
Cansada, agotada, dolorida y feliz, sonrío...¡es primavera!
"Y cuando llego a casa, tomo el ramillete de romero y camomila y perfumo de monte mi estancia"
cuando con el corazón aún pleno nos separamos, las llevo conmigo como recuerdo suyo.
Kokinshū: primer recopilatorio de poesía japonesa, época imperial. Fue también la primera antología que se dividió en poemas de las estaciones y del amor. La primacía de los poemas de las estaciones fue empezada en el Kokinshū y continúa aún estos días con la tradición del Haikú.
In dämmrigen Grüften En el fondo de las peñas crepusculares träumte ich lang he soñado largamente von deinen Bäumen und blauen Lüften, con tus árboles y aire azul, von deinem Duft und Vogelsang. con tus aromas y con tus cantos de pájaros.
Nun liegst du erschlossen Ahora te has desplegado in Gleiss und Zier en esplendores y aderezos, von Licht übergossen desbordando de luz, wie ein Wunder vor mir. como un milagro ante mí.
Du kennest mich wieder, Tú me reconoces, du lockest mich zart, tú me atraes tiernamente, es zittert durch all meine Glieder un escalofrío cruza todos mis miembros, deine selige Gegenwart!. tu bienaventurada presencia.
La señora Michel tiene “la elegancia del erizo”: por fuera está cubierta de púas, una verdadera fortaleza, pero intuyo que por dentro, tiene el mismo refinamiento sencillo de los erizos, que son animalillos falsamente indolentes, tremendamente solitarios y terriblemente elegantes. ...el señor Ozu me dijo que apostaba a que era una princesa clandestina y erudita.
Hay veces que, sin buscaros, os agolpáis por salir de dentro irrefrenables. Entonces me paro y os escucho. La insistencia con la que me llamáis la conozco. No me queda más remedio que abriros la puerta. Os libero. Otras veces soy yo la que voy en pos vuestro; pero entonces, como niñas caprichosas, os guardáis recónditas de mí que oso perturbar vuestro sueño.
A vuestra merced estoy como las hojas están del viento.
Mi memoria conserva apenas solo el eco vacilante de su alta melodía: lamento de metal, rumor de alambre, voz de junco, también latido, vena.
Recuerdo claramente su erre temblorosa, su estremecida erre suspendida sobre un abismo de silencio y ámbar, desprendiéndose casi de la música oscura que por detrás la asía, defendiéndose apenas del cálido misterio que la alzaba en el aire creando un solo cuerpo de luz y de belleza.
Luminosa y precisa, yo la sentía en mi ser profundamente, sabía su sentido, descifraba sin llanto su mensaje, porque acaso ella fuese -o sin acaso: cierto- la única palabra irrefrenable que mi sangre entendía y pronunciaba: una palabra para estar seguro, talismán infalible significando aquello que nombraba.
Como un perfume que lo explica todo, como una luz inesperada, su presencia de viento y melodía hería los sentidos, golpeaba el corazón, estremecía la carne con el presentimiento verdadero de la honda realidad que descubría. Pronunciarla despacio equivalía a ver, a amar, a acariciar un cuerpo, a oler el mar, a oír la primavera, a morder una fruta de piel dulce.
Todo ocurría así, hasta que un día la dije bien, y no entendí su cántico. La grité clara, la repetí dura, y esperé ávidamente, y percibí, lejano, un eco inexplicable, infiel reflejo que en vez de iluminar, oscurecía, que en vez de revelar, cubrió de tierra la imprecisa nostalgia de su antiguo mensaje. Cuando un nombre no nombra, y se vacía, desvanece también, destruye, mata la realidad que intenta su designio. "Palabra sobre palabra" Ángel González (1925-2008)
En escasas ocasiones los jueves tarde, por circunstancias ajenas a mi voluntad, desaparece la comodidad del coche en los desplazamientos y se me otorga un regalo. Hoy ha sido uno de esos días privilegiados.
Bien entrada la primavera, recorro el camino de vuelta a casa.
El primer tramo, el más agradable, discurre entre campos de cultivo y naranjos.
Camino por la huerta, un extenso manto que se pierde en el horizonte; al oeste un frontis de lejanas montañas azules, el mar a mis espaldas al este, y un cielo de tarde primaveral saturado de nubes en infinitos colores.
Respiro profundamente y voy llenándome de tonalidades en verde. El verde intenso de los naranjos, el verde-azulado de las verduras, sus matices en la variedad de cultivos y su brillantez en los majestuosos árboles que, cuajados de frutos amarillentos adornando los jardines, encuentro a mi paso.
Alzo mi mirada y recorro con satisfacción el inmenso cielo del atardecer. Las nubes se entretienen en complicados y maravillosos juegos. Retozan en el azul aniñado del fondo los densos cúmulos de algodón; los cirros azules, grisáceos y añiles de imposibles formas volumétricas se afanan en lenta procesión. Incluso las casas de huerta y las que están apiñadas al fondo, ya dentro de la población, se mimetizan con los paisajes vangoghnianos que estoy pintando y que acabo de dejar guardados hasta las semana que viene.
Y si esto no fuera suficiente para henchirme de burbujeante vida, entorno los ojos mientras camino y me dejo inundar por el penetrante aroma que ha eclosionado tan virulentamente esta larguísima y lenta primavera. Siento la delicia de saborear muy poco a poco el caer de la tarde.
Llevamos más de un mes aspirando un denso aire cargado de perfumes cuya base dominante es el poderosísimo azahar.
Deslicémonos suavemente en sus cautivadoras aguas.
Sigamos la corriente que huye.
En la onda que una mano
indolente estremece,
ven, ganemos la orilla
donde el manantial duerme
y el pájaro, el pájaro canta.
Bajo la bóveda frondosa donde el blanco jazmín,
¡ah, descendamos juntas!
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Bajo la bóveda frondosa, donde el blanco jazmín se une a la rosa, en la ribera florecida que sonríe a la mañana.
Deslicémonos dulcemente por su encantador oleaje, sigamos la corriente huidiza en la ola trémula de una mano indolente. Ven, lleguemos a la orilla donde el manantial duerme y donde el pájaro, el pájaro canta.
Bajo la bóveda frondosa, donde el blanco jazmín, ¡ah, descendamos/ juntas! "Dueto de las flores" entre Lakmé y Mallika.
Lakmé (1883) Compositor: Léo Delibes Libreto: Edmond Gondinet y Philippe Gille, basado en la novela "Rarahu" o "Le Mariage" de Pierre Loti. Acción: India, bajo el dominio inglés, a finales del siglo XIX
Pienso en ti cada día y te mando amor, hermana. Mando respeto a tu marido. Recuerdas esa historia que nos contaron de niñas y que empieza así?: "Había una vez un príncipe que vivía en una tierra lejana a siete mares y trece ríos de distancia". Así es como pienso en ti. Pero como una princesa.
Trencé un ramo de flores olorosas y abrí las puertas de mi hogar al aire de mayo. ¡Que se lleve el ambiente enrarecido, denso y de espera que fue el del otoño! ¡O el clamoroso y frío del invierno! ¡Que no se olvide de la atmósfera tensa e hiriente del comienzo de la primavera! Que entre la primavera por mi puerta y barra, sacuda y renueve...
La primera floración tiene mucho de frescura, sorpresa, sutileza, novedad, suavidad, delicadeza y blancura. Mas cuando en plena estación, cuajan y explosionan todos los aromas a un tiempo, parece como si el ambiente, todo él, fuese una cortina traslúcida que hay que apartar para avanzar, tan intenso se vuelve el aire en mi tierra.
Pero... ¿y yo? -me pregunto-. ¿Cuándo me levantaré yo vestida de primavera? Y apaciblemente espero...
Me dejaste y seguiste tu camino. Creí que estaría de duelo por ti y que pondría en mi corazón tu solitaria imagen tallada en una canción de oro. Pero, ay, aciaga suerte mía, el tiempo es breve.
La juventud se marchita año tras año; los días de primavera son fugaces; las frágiles flores mueren por nada, y el sabio advierte que la vida no es sino una gota de rocío sobre la hoja de loto.
¿Olvidaré todo esto para mirar a una que me volvió la espalda?
Sería necio y vano, porque el tiempo es breve.
Venid, pues, lluviosas noches mías con pies menudos; sonríe otoño mío de oro; ven desatento abril, que esparces tus besos a lo lejos.
Y ven tú, y tú, y también tú.
Amores míos, sabéis que somos inmortales, ¿es prudente romperse el corazón por una que lleva lejos el suyo?
Porque el tiempo es breve.
Es dulce estar sentado en un rincón cavilando y escribiendo en rima que tú eres todo mi mundo. Es heroico abrazarse al dolor propio y decidir no ser consolados. pero un rostro lozano se asoma a mi puerta y alza sus ojos a mis ojos. No puedo sino enjugarme las lágrimas y cambiar la melodía de mi canto. Porque el tiempo es breve.