Saturada tras dos días de la belleza que desprenden los óleos en los museos, no imagino mejor modo de pasar una jornada y, al mismo tiempo, evitar los rigores del verano en Madrid, que perderme por el Retiro hasta bien entrada la tarde.
La multitud de sombras bajo sus majestuosos árboles se enlazan unas con otras y permiten al caminante andar sin apenas rozar el sol: castaños de indias, arces, chopos, eucaliptos, cerezos, moreras, tejos, almendros, fresnos, palmeras, pinos y abetos, olivos...
En mitad del asfalto de esta intensa ciudad es de agradecer este estupendo reducto de naturaleza.
Apoyarme en el tronco de un plátano, perderme por sus vías, sentarme a la sombra de un castaño de indias delante del "Palacio de Cristal", rozar con mi mano un ciprés de " El Bosque del Recuerdo", pasear por "La Rosaleda" admirando la variedad de rosas y aspirar sus fragancias, conversar animosa con ese pintor anónimo y jubilado que baja cada mañana al parque a bocetar, ver pasar gentes con un instrumento musical, libro, bloc de dibujo o bloc de notas, paseando a sus hijos, corriendo, en bici, descansando....
Un día reparador, un agradable paréntesis.
Las gentes de costa, de vez en cuando, aprovechamos para sustraernos unos días
al influjo del mar, aunque tengamos que pagar con la dávida de un calor asfixiante y sin brisa marina que lo palíe.
Así pueden ser de espléndidos unos cuántos días por Madrid. Aunque sea verano.
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