Aquí no es el apacible río de la planicie. El Ganges baja audaz y furioso, del mismo color café con leche que en la llanura. Con fuerza arrolladora deja las últimas estribaciones del Himalaya.
Todavía real y mundano aún no ha recogido las innumerables ofrendas diarias que lo harán inhóspito y peligroso para la vida, sagrado y venerado para la muerte.
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