sábado, 27 de agosto de 2011

Al otro lado del río






Y salimos al camino.
¡Cuántos fueron los ríos que encontramos a nuestro paso! Fueron muchos. Algunos los vadeamos, otros los cruzamos por magníficos puentes romanos o medievales. Otros nos ofrecieron su ribera, un momento, para descansar. En otros disfrutamos de un baño reparador  ¡Qué alivio refrescar los pies en sus cristalinas aguas! ¡Y oír el rumor del agua entre las piedras! ¡O escuchar lo que  susurra el río al alma!
Recuerdo un río en especial. Sé que ya has adivinado cuál es. El río Lima.
El "pequeño" Lima  que aplacó mi cansancio en la mañana. El "inmenso y acogedor" Lima al atardecer. Las dos  pensamos lo mismo, que era un momento grande, demasiado hermoso para olvidar. Cómo dramatizabas de bien mi anécdota con el río a todo aquel peregrino  que encontrábamos en el camino. Y yo siempre sonreía. Y lo haré siempre, cada vez que  me refresques la memoria como las aguas del Lima me refrescaron los pies, el cuerpo entero y el alma. Y fue gracias a ti, que  insististe y quisiste compartir aquel baño, que llegué al albergue nueva. 

Los dos protagonistas de "Diarios de  motocicleta" recorren el camino en ciclomotor. Nosotras, las protagonistas de nuestro diario personal, andamos esos días con nuestros enseres a cuestas.

Cada una trazó su mapa, saliendo de mares distintos y opuestos de nuestra geografía. Una, de orillas del Mediterráneo; la  otra,  de orillas del Atlántico.
En el camino nos esperaban amaneceres y atardeceres, sol y lluvia, cuestas y llanos, ciudades y campos, emparrados de uva y maizales, castaños  y eucaliptos, cansancio y descanso,  lágrimas y risas, soledad y compañía...
 
Allí, en Sâo Pedro de Rates,  a la sombra de su imponente  iglesia románica, nos vimos por primera vez. Era una tarde de mediados de agosto y caía un sol abrasador.

Hicimos camino juntas, hermosa peregrina, aunque ninguna de las dos pretendió en  ningún momento que así fuera. El camino nos daba a cada momento lo que necesitábamos. Y nos dio la una a la otra, sin más. Podemos afirmar contundentemente que el camino se encargó de reunirnos.
Nuestros pasos nos llevaban por las mismas veredas aunque  a ritmos distintos. Cuando nos tropezamos en aquella escalera de Valença que daba al Minho, supimos que estábamos condenadas irremediablemente a llegar juntas a Santiago. Y ya no nos separamos más.  A veces era yo la que llevaba " tu remo en el mío", otras veces eras tú la que llevabas los remos de las dos. 
Creo que podemos afirmar que "hemos visto una luz al otro lado del río".


Fue una lección de vida lo que aprendimos.

El camino sigue delante de nosotras, con las manos abiertas, dispuesto a que lo recorramos y a ofrecernos lo que ya hemos saboreado en primicia.

Así pues, querida Valéria, rema y sonríe.

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