Campanas de Bastabales,
cando vos oio tocar,
mórrome de soidades.
Cando vos oio tocar,
campaniñas, campaniñas,
sin querer torno a chorar.
Cando de lonxe vos oio,
penso que por min chamades
e das entrañas me doio.Dóiome de dór ferida,
que antes tiña vida enteira
e hoxe teño media vida.
Só media me deixaron
os que de aló me trouxeron,
os que de aló me roubaron.
Non me roubaron, traidores,
¡ai!, uns amores toliños,
¡ai!, uns toliños amores.
Que os amores xa fuxiron,
as soidades viñeron...
De pena me consumiron.
Campanas de Bastabales,
cando vos oio tocar,
mórrome de soidades.
¡Cuántos fueron los ríos que encontramos a nuestro paso! Fueron muchos. Algunos los vadeamos, otros los cruzamos por magníficos puentes romanos o medievales. Otros nos ofrecieron su ribera, un momento, para descansar. En otros disfrutamos de un baño reparador ¡Qué alivio refrescar los pies en sus cristalinas aguas! ¡Y oír el rumor del agua entre las piedras! ¡O escuchar lo que susurra el río al alma!
Recuerdo un río en especial. Sé que ya has adivinadocuál es. El río Lima.
El "pequeño" Lima que aplacó mi cansancio en la mañana. El "inmenso y acogedor" Lima al atardecer. Las dos pensamos lo mismo, que era un momento grande, demasiado hermoso para olvidar. Cómo dramatizabas de bien mi anécdota con el río a todo aquel peregrino que encontrábamos en el camino. Y yo siempre sonreía. Y lo haré siempre, cada vez que me refresques la memoria como las aguas del Lima me refrescaron los pies, el cuerpo entero y el alma. Y fue gracias a ti, que insististe y quisiste compartir aquel baño, que llegué al albergue nueva.
Los dos protagonistas de "Diarios de motocicleta" recorren el camino en ciclomotor. Nosotras, las protagonistas de nuestro diario personal, andamos esos días con nuestros enseres a cuestas.
Cada una trazó su mapa, saliendode mares distintos y opuestos de nuestra geografía. Una, de orillas del Mediterráneo; la otra, de orillas del Atlántico.
En el camino nos esperaban amaneceres y atardeceres, sol y lluvia, cuestas y llanos, ciudades y campos, emparrados de uva y maizales, castaños y eucaliptos, cansancio y descanso, lágrimas y risas, soledad y compañía...
Allí, en Sâo Pedro de Rates, a la sombra de su imponente iglesia románica, nos vimos por primera vez. Era una tarde de mediados de agosto y caía un sol abrasador.
Hicimos camino juntas, hermosa peregrina, aunque ninguna de las dos pretendió en ningún momento que así fuera. El camino nos daba a cada momento lo que necesitábamos. Y nos dio la una a la otra, sin más. Podemos afirmar contundentemente que el camino se encargó de reunirnos. Nuestros pasos nos llevaban por las mismas veredas aunque a ritmos distintos. Cuando nos tropezamos en aquella escalera de Valença que daba al Minho, supimos que estábamos condenadas irremediablemente a llegar juntas a Santiago. Y ya no nos separamos más. A veces era yo la que llevaba " tu remo en el mío", otras veces eras tú la que llevabas los remos de las dos.
Creo que podemos afirmar que "hemos visto una luz al otro lado del río".
Fue una lección de vida lo que aprendimos.
El camino sigue delante de nosotras, con las manos abiertas, dispuesto a que lo recorramos y a ofrecernos lo que ya hemos saboreado en primicia.
Santiago de Compostela está delante y no puedo imaginar que este camino me conduzca no solo a esta ciudad sino a muchas otras ciudades del mundo...Estoy caminando hacia mi destino, tantas veces soñado y tantas veces negado...Estoy caminando para ver publicada la historia de mi renacimiento.
Llegando de la metropolitana Londres, esta ciudad a orillas de Douro me recibe con un extraño silencio, roto por graznidos de gaviotas.
Dos ciudades atlánticas, dos grandes ríos. Pero la llana y cosmopolita Londres, limpia y educada, con sus 12 millones de habitantes, poco tiene que ver con esta ciudad provinciana de menos de 250 mil.
Aquella se pasea, ésta se escala.
Tras un mes con cadencia anglosajona mi oído no se acostumbra a tanta vocal abierta, fuerte acento y tono inperioso. Sin embargo, a Oporto portuaria, desconchada y vetusta la entiendo más mía y la tomo frugal y ligera como he llegado a ella. Sueñan sus calles pasado pujante, glorioso, sueño yo un "después" entre sus empedrados.
Oporto, con miles de abigarrados ojos naif, vive mirándose en las verdes aguas del Douro y sus fachadas ceramistas siguen compitiendo con el azul profundo del océano.
Me gustan las perspectivas de esta ciudad, sus casas, el traquetreo de los tranvias de madera, las ancianas de negro de la cabeza a los pies, la ropa tendida en sus empinadas callejuelas, la devoción que se emana en sus iglesias barrocas y en la forma tradicional de enterrar a sus muertos (una pequeña capilla abierta domingo tarde con un féretro cubierto de flores y unas cuantas mujeres llorosas), un buen vaso de Oporto, unas tripas a moda do Porto, las campanulas azules que extienden su manto apoderándose de la ciudad si las dejan, los barcos surcando el río, los eventuales pescadores y los niños nadando, la música de esta ciudad, mis pasos...
Este año se me niega un verano de sol y mar. Este año persigo una constante, lluviosa, fresca y verde primavera.