Ayer llegué del paraíso.
Existe un pedacito de edén a dos horas de casa. Acercarse a aquel rincón es abrir una
puerta deseada, largo tiempo añorada. Abrir y entrar lleva implícitas ¡tantas cosas buenas!
Es un lugar recóndito, íntimo, idílico, casi inexpugnable, donde reinan el
silencio y la soledad, el murmullo del río y las cabras. Allí me siento completa
y feliz porque siento que los días de antes fueron ayer; no existe pasado y los días de mañana, aunque
llegarán irremediablemente ¡ya vendrán!, no existe futuro.
Hoy es el paraíso. ¡Presente!
La pureza del aire, la primera luz del alba y la última de la tarde, la luna redonda, enorme y blanca, las tormentas, las nubes y las
estrellas, señorean sus cielos.
Allí la grata compañía, las risas, la buena comida, el calor de la lumbre, el frescor en el alma, el mirar a lo alto y descubrirse,... forman parte de su magneficencia.
Largas o cortas caminatas, un descenso por el río de aguas esmeralda, un baño reparador, la quietud que te hace ser río, piedra, rama, hoja, viento, nube... ¡Qué importa lo que hagas, si todo es mágico!
Su rey grita a pleno pulmón: "¡Esto es mío!" y su voz retumba en los montes. Todo es suyo y de sus vasallos.
Allí la grata compañía, las risas, la buena comida, el calor de la lumbre, el frescor en el alma, el mirar a lo alto y descubrirse,... forman parte de su magneficencia.
Largas o cortas caminatas, un descenso por el río de aguas esmeralda, un baño reparador, la quietud que te hace ser río, piedra, rama, hoja, viento, nube... ¡Qué importa lo que hagas, si todo es mágico!
Su rey grita a pleno pulmón: "¡Esto es mío!" y su voz retumba en los montes. Todo es suyo y de sus vasallos.
¡Salud y larga vida al rey!
***