jueves, 12 de febrero de 2009

"La muerte y la doncella"

¡Si pudieses ver a la doncella acomodada al lado de la ventana!
¿Cómo mostrar el insólito estado en el que permanece desde las primeras horas de la madrugada?

Con pasos quedos alcanza cada mañana el bienestar en la inmovilidad de su cuerpo. Y así permanece, hasta que la campanilla que anuncia el refrigerio del mediodía, la devuelve a la recogida y cálida habitación que dejó horas antes.


Esa estancia la esperará a la vuelta  para volver a cubrir sus ojos de colores, de estimados objetos y de los viejos tomos de su padre, que la acarician seguros y la acompañarán hasta el anochecer con el olor marchito de sus páginas. Esas páginas que encierran tanta sabiduría. Ésas que comenzaban, como apasionada lectora, a deleitarla.
Débilmente llega hasta la ventana. Costosamente alza la parte trasera de su vestido y se sienta. Blancas manos de largos dedos alisan los pliegues de su falda y juntando una mano sobre otra, prepara su mirada.

El invierno, con una incipiente luz matinal, desvaída y triste

cubre los prados en los que su infancia reposa.
Mientras, en las lindes del camino,
los setos de rosales sueñan
la llegada de la próxima estación. 
   
Esta noche, la escarcha se ha adueñado con saña de  las ramas desnudas de los álamos y de los chopos, que se perfilan enhiestos junto al estanque inmutable y congelado. Antes que la luz irrumpa nítida en el jardín, la niña espera.

 Y permanece ajena a las huellas que, el paso del invierno deja en el eterno paisaje tras su ventana.
Agazapada en los cristales, una niebla gris y densa espera el momento de adueñarse de su mirada.

Cada mañana se sienta en el cómodo alfeizar de la ventana.
 Antes de que su primer suspiro se esparza vaporoso por la escalera y llegue hasta la parte más recóndita de la casa, su mirada de niebla se posa ya en la espesura plomiza y entra en el recinto que la llama por su nombre.
Anda por él fatigada. Su respiración emerge del pecho con quejidos escuálidos, hasta que sus dedos comienzan a tensarse ante el frío de lo desconocido y el miedo atenaza con devolverla a la consciencia.
Es en ese momento, en ese vericueto del camino, cuando encuentra el centro. Siempre la misma sensación, siempre con idéntico resultado. La respiración se tranquiliza y está en condiciones de entrar en el estado hipnótico donde dejar morir su pensamiento.

 
¡Hace tan poco tiempo que dejó de ser niña! ¡Parecen tan lejanos los tiempos en los que correteaba con sus hermanos entre los laberintos del jardín!
El último verano aún se levantaba tarareando canciones y se dormía con una sonrisa adolescente dispuesta a recoger, de los entresijos de la noche, hermosos sueños.

El descubrimiento de una composición poética la elevaba un centímetro del suelo durante horas y horas. Recogía rosas, preparaba hermosos y perfumados ramos con los que decoraba los pasillos y las habitaciones de su hogar. Arrebatada por la melancolía solía pasarse tardes enteras acariciando las teclas del piano.

Pintaba junto a su madre las montañas de los alrededores de Beçanson o se complacía escuchando su corazón palpitar tenaz, a la espera de saborear los dulces arrebatos que, las blancas hojas de su libro de poesía le prometían cuando hablaban de los encantos del amor.

Su espíritu comenzaba a volar alto y libre cuando se truncó en una mañana otoñal.
Fue languideciendo y su frágil cuerpo de doncella se debilitó.

Fue entonces cuando la niebla se coló por debajo de la puerta y esperó a la niña en los cristales de su habitación.

Amanece un nuevo día. Como cada mañana, la joven muchacha se sienta junto a la ventana, dispuesta a comenzar su peregrinaje diario. Pero cuando sus manos quedan frías en la antesala del olvido, no puede cruzar el umbral. No halla en modo alguno el camino entre la niebla.
Un escalofrío sacude su piel y percibe su propio miedo, al notar que le apartan delicadamente el cabello y desde la raíz de su pelo, un dedo recorre el camino de su cuello.

La reconoce sin verla, la adivina. Una parte de su ser la estaba esperando.
Es la dama oscura, cuyo hermoso y aterciopelado manto argénteo acaricia su sombra juvenil y con su dedo de hielo la tibieza de su cuello.
Se estremece. Escucha una poderosa, franca y susurrante voz como en medio de un día de viento intenso: - “Vengo a llevarte…dulce muchacha”.
Y ella con apenas un hilo tenue de voz, desnuda de fuerza y de convicción, se atreve aún a increparla: -“Déjame, es pronto todavía, soy aún tan joven! “
-“No” -le responde con envolvente voz…-“Es el momento de partir, no existe retraso cuando anuncio mi venida”.
-“¿No voy siquiera a despedirme de los que me aman?”

Y a través de la niebla, que solícita tira de ella desde los cristales de la ventana, ve la sombra de la Parca mover la cabeza a derecha e izquierda mientras el borde de su manto comienza a cernirse sobre ella.
-“ Ven conmigo, no temas, he preparado tu lugar”

Tras la ventana, el invierno reina en blanca y fría plenitud.


***