sábado, 28 de mayo de 2011

Mi faro


Cuando emprendas el viaje hacia Ítaca
ruega que sea largo el camino,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
A los Lestrigones, a los Cíclopes
o al furioso Poseidón, nunca temas.
En tu camino no los encontrarás
si se mantiene elevado tu pensamiento, si una exquisita
emoción te toca cuerpo y alma.
Ni a los Lestrigones, ni a los Cíclopes,
ni al fiero Poseidón has de encontrar,
a no ser que los lleves ya en tu alma,
a  no ser que tu alma los ponga en pie ante ti.

Ruega que sea largo el camino.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que - ¡con qué placer! ¡con qué alegría! -
entres en puertos nunca antes vistos.
Detente en los mercados fenicios
para comprar finas mercancías
madreperla y coral, ámbar y ébano,
y toda suerte de perfumes sensuales,
tantos perfumes voluptuosos como puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
para que aprendas y aprendas de sus sabios.


Siempre en la mente has de tener a Ítaca.
Llegar allá es tu destino.
Pero no apresures el viaje.
Es mejor que dure muchos años
y que ya viejo llegues a la isla,
rico de todo lo que hayas guardado en el camino
sin esperar que Ítaca te de riquezas.

Ítaca te ha dado el bello viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
No tiene otra cosa que darte ya. 

Y si la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado
sabio como te has vuelto con tantas experiencias,
habrás comprendido lo que significan las Ítacas.

***