El cauce del río Turia viste día de descanso en primavera festiva. Alegres y luminosos verdes, amarillos, dorados, tierra, azules, blancos…Colores, movimientos y algarabía danzan. Matices que la brisa me acerca y que me acarician, mientras miro ondular juguetón y grácil tu pelo castaño. ¡Cómo juega con el mes de mayo!
Eres una niña preciosa.
¡Cuánto tiempo desde que se incrustaran en mi pupila aquellos pueriles ojos, ávidos de hermosura, que se posaron por primera vez en ti! Los recuerdo bien.
Aquel día, supe que estabas despidiéndote de la niñez protectora, ante un mundo que se presentaba voraz.
Desde entonces te contemplan y se recrean los que pasan a tu lado. Siempre invariable, siempre predecible, espero el momento.
Pero en mi corazón ya no anida ningún malestar…porque sé lo que contemplan. Sé que aman la belleza con la que te mueves, la belleza en la que te has convertido; tu mirada, tu sonrisa, tu nariz pecosa, todo envuelto en una espléndida joven.
Tu pañuelo de colores dorados se mece al compás de tu cuerpo, mientras pedaleas delante de mí. Yo te contemplo satisfecha, agradecida, feliz de tenerte. Y ese gesto de volver la cabeza para buscarme con los ojos y sonreír, me recuerda que fuiste pequeña, “Doña lápiz” y que yo te cuidaba, como ahora me cuidas tú a mí.
Quiero que recuerdes y que no se te olvide, que eres princesa; la princesa de mi cuento de hadas.
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