miércoles, 18 de agosto de 2010

Coreografía

Mi primer contacto con  India fue la llegada a esta gran urbe, Mumbai.
El choque y la impresión fueron grandes, un trasiego de casi 20 millones de personas.... ¡Ríete de las Fallas en horas punta! 

Escuchando hoy  TV3 no puedo por menos que sonreír ante dos noticias de portada: en Barcelona  1/3 de la población no recicla, en cuanto a seguridad vial el debate entorno al uso del azul y amarillo en coches de emergencia.
Sonrío mientras hago una inevitable comparación con India  en donde estos dos aspectos sociales son graves y tienen difícil solución a corto plazo.

India es un país sucio.
 Los hindúes, aseados en su aspecto y espacio personal, que mantienen sus hogares en condiciones aceptables, tratan intolerablemente su espacio público, abandonado a una degradación progresiva. En el campo se percibe menos pero en los desplazamientos, a ambos lados de la carretera o en cualquier población, sea del tamaño que sea,  la suciedad y la basura se  acumulan  por doquier.




Me llamó la atención  la gran cantidad de cuervos, carroñeros y negros, que graznaban cual bajo en una orquesta acompañando  otra cantinela más poderosa, dueña y señora de Mumbai, producida por las sonoras bocinas de cualquier medio de  transporte.
Sin embargo éstas y otras aves, impensables formando parte del paisaje urbano en una ciudad occidental, ejercen un papel importante en este país, aliviando de productos orgánicos las calles.

Otro grave problema que afecta  a India es la contaminación acústica en sus ciudades donde se aglomera la gran parte de su población. Desde las primeras luces del amanecer hasta  dos horas posteriores a la caída de la noche, los bocinazos son la música a su cotidianidad.

 Mumbai empuja el amanecer con graznidos. Y sin tiempo a  desperezarse, se pone en movimiento frenético con el telón de fondo de los claxons.Un espantoso ruído que,  para un fino y delicado  oído occidental resulta atronador, constante, molestísimo y excesivo.


 Sin embargo los bocinazos de motocicletas, coches, buses, camiones  y los  timbres de las incontables bicicletas que circulan de aquí para allá, he descubierto que también ejercen un papel primordial: organizan y ordenan el caos. Son  absolutamente necesarios para desenvolverse en cualquier población ante la insuficiencia o la  falta de señales, semáforos y agentes.

Uno pita, circula, adelanta o cambia de dirección.
El claxon significa "voy" y, milagrosamente, como en una coreografía perfectamente sincronizada... ¡ funciona!

El efecto que me produjeron las calzadas es de baile imparable  a lo largo del día con dos sencillos pasos: dilatación y contracción.
Sería la única explicación convincente si no supiese de antemano que esa cualidad que poseen algunos cuerpos físicos de dilatarse y contraerse no es propiedad que cumplan  las calzadas.
 Apenas he visto atascos. Accidentes ninguno. Tampoco altercados o peleas debidas a esta forma de circular. Sin embargo debe ser alto el  porcentaje de atropellos.
  
Dice  Álvaro Enterría en su libro " La India por dentro" que, "como las aguas en el flujo de un arroyo, esta sociedad se organiza espontáneamente". No existen apenas normas y leyes externas. Parece que exista una norma no escrita: "cada uno hace lo que le viene en gana". Existe una gran libertad; el dharma y las costumbres ancestrales marcan la conducta de cada uno. Los hindús son adaptables y elásticos, aceptan el mundo, se adaptan y acomodan. El tráfico en las grandes ciudades es una muestra de esta actitud ante la vida.

La circulación en India me ha tenido en vilo, en  permanente asombro y totalmente  anonadada hasta el último minuto.
No guardan distancias, pasan rozándose a escasos cinco centímetros unos de otros, en vespas familias enteras, de cinco miembros, bebé incluido...
Cuando aprendí a cruzar  las calles de Mumbai  levantando la mano para pedir paso no podía imaginar que en ciudades medias el sistema se volvía salvaje. He tenido que aprender a caminar absolutamente concentrada para evitar tropezar con otros o caerme en cualquier agujero estratégico; intentar que ningún vehículo me tropellase o me dejase sin uno de mis dos preciados pies, apartarme con premura porque la señora hindú, me hubiese arrollado sin contemplaciones y con todo el derecho del mundo, al pedirme paso con su claxon en mitad de un paso de cebra; sortear gentes, bicis, motos, autobuses, rickshaws, coches particulares, vacas sagradas, cabras y demás animales domésticos.

Este baile se vuelve frenético y adquiere proporciones gigantescas con las primeras horas del anochecer. Ante el enjambre de vehículos, tenderetes y gentes envolviéndote en su pesadilla, has de agudizar la vista, concentrarte y poner  todos tus sentidos en alerta para mantenerte igual como habías desembarcado en este inconmensurable país, enterita. 

Dos visiones últimas  a la salida de Mumbai, once de la noche de camino al aeropuerto: cientos de musulmanes arrodillados rezando en plena calle en  dirección a la Meca y dos niños de cinco y dos años, sentados tranquilamente, charlando, en la mediana de una de sus grandes vías inundada de coches.

Una locura. Una locura controlada, parece, a mis ojos de occidental.


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