lunes, 2 de enero de 2012

Lisboa






         Lisboa no es la ciudad que conocimos en 1999. A su prosperidad se le ha añadido ese valor en alza de la globalización que la ha convertido en una ciudad más, cuyo centro  ha sido, desgraciadamente, absorbido por las imperiosas firmas comerciales.
 ¡Qué pena no reencontrar la vieja Lisboa! Aquella ciudad saturada de olores añejos, de desconchadas fachadas cargadas de historia y de vientos atlánticos, de hombres de boina y mujeres de luto, de ese sabor antiguo que respiraban sus calles, sus plazas, sus iglesias, sus comercios y sus gentes cuando las ciudades españolas ya  los habían perdido; de todo aquello que le daba personalidad y la hacía única. ¿Te acuerdas? Cuando la vimos por vez primera, ¡Aquella ciudad detenida en los años sesenta! Luché para romper tus miedos y te arrastré a caminarla. 
 Desfogué con ella aquel primer fuego que me  ardía dentro como su poderoso río desdeña el presente frente a un pasado glorioso de conquista, aventura y riquezas a golpe de remo y  pasión humana. 
Su cara limpia ha perdido encanto. Hay que merodear en sus aledaños para encontrar el aire y las esencias del fado. Sin posibilidad de acercarmiento a los barrios viejos, no he encontrado el rastro que busco cuando me acerco a un lugar. 
Mi vida también ha cambiado. Pero al contrario de lo que le sucede a  esta ciudad,  con el paso de los años,  afloran de nuevo viejas inquietudes en mi fachada y me confieren una imagen especial y única. Es un agradable reencuentro. 
Ando la ciudad, mis pasos miran atrás sin "saudade", no hay tristeza ni soledad, son  no-dolentes y de una ligereza "nova e bela"; los ojos descansan en un atardecer en el que el sol es sepultado en  horizonte atlántico y deslizo en las aúreas aguas del Tejo, deseos para mi gente... un buen  viaje, el de 2012.

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