martes, 7 de octubre de 2008

6 de julio de 2006


"Amadas voces ideales
de aquellos que han muerto,
o de aquellos perdidos como si hubiesen muerto.
Algunas veces en el sueño nos hablan;
algunas veces la imaginación las escucha.
Y con el suyo otros ecos regresan
desde la poesía primera de nuestra vida
como una música perdida en la distancia"

Kavafis

Anna encaminó sus pasos por las calles de Limena. Eran las tres de la tarde de un caluroso día de verano. Llevaba un vestido añil, de lino fresco y unas sandalias blancas. Lucía un aspecto saludable y dorado por haber pasado días enteros, tumbada en las playas del Mediterráneo. El cabello extrañamente suelto y diferente al habitual en ella, recogido estos últimos años. Ningún complemento que la embelleciera. Seria y con los ojos brillantes se aferraba a un sobre blanco donde había estampado, momentos antes, su nombre y que deslizó suavemente por la parte inferior de la puerta del despacho de Miguel.

Habían quedado a las cinco de ese día del mes de julio para cerrar los acuerdos que figurarían en el Convenio que, a partir de entonces, regularía su vida económica hasta que sus tres hijos, Ignacio, Blanca y Miguel comenzaran el trayecto maravilloso de una vida independiente.

Pero ella no estaba esperándole en la puerta del despacho cuando, demorando a conciencia su llegada, cruzó las vías del ferrocarril y divisó la casa antigua de dos plantas, donde diez años atrás, ubicó su despacho de abogado, que ella arregló y pintó con mimo, ayudándole los primeros meses con la contabilidad hasta que, la llamaron para ocupar una plaza de restauradora de arte en el museo de la ciudad.

Miguel abrió un tanto contrariado la puerta. Recogió la correspondencia del suelo y su mirada quedó suspendida en el sobre más grande, donde con letras absolutamente familiares, ponía un nombre… el de ella.
Subió las escaleras, dejó el portátil en la silla más cercana, se sentó y abrió el sobre.


Jueves, 06 de julio de 2006
"
Cuando se han enfriado las causas del último enfrentamiento y repasado una a una las situaciones más dolorosas de mi vida contigo, tras tomar la difícil decisión de la separación, después de verte marchar y llorarte durante días, sintiéndome culpable, cuando todo esto lo he sufrido hasta el límite del desespero y la locura por no entender, en ese momento…
Antes de cerrar nuestra vida económica, Miguel, necesito cerrar otra, la afectiva, la emocional,…
E invoco que me la de, el hombre que guardas, el honesto, el caballeroso, el apacible, el sincero.
Háblame de ti, de tu vida, de aquella que dejé aparcada para concentrarme en la mía.
Háblame de ti, ahora que se acaba el tiempo, ahora que ya no tengo nada que perder"

Anna le dio un tiempo de cortesía, esperó su llamada un tiempo prudencial y después supo que él la había comprendido.

La llamada telefónica sonó, desprevenida, en la solitaria vivienda donde tenían su residencia. Al otro lado de la línea telefónica escuchó la voz que ella había añorado tanto estas últimas semanas.”Ven” le dijo y ella con el corazón encogido, recorrió las dos calles que le separaban del despacho de su marido.
Cuando Miguel abrió la puerta, se miraron, reconociéndose tras 30 días de ausencia, nunca en 29 años se habían separado tanto tiempo.
Con la mirada huidiza apartó los ojos del rostro de su mujer que, conocía bien y que delataba con señales inequívocas, los días pasados en medio de insomnio, desesperación, lágrimas y tormento.
Seria e hirsuta, Anna se dirigió a la mesa de la izquierda sin decirle nada, se sentó y esperó.
Cuando volvió de recorrer la historia de su marido, la que ella le había rogado conocer, era ya noche húmeda y sofocante.
Durante cinco horas escuchó sin decir palabra y sin mirarlo apenas, sonriendo en alguna ocasión, llorando queda y mansamente en otras. Escuchó sin sorprenderse, sin sentirse herida de muerte, confirmándose lo que había sospechado y temido todos estos días atrás, mientras Miguel desgranaba su vida ante ella.
Cuando él terminó, permanecieron callados largo rato.

Al fin, Anna se levantó y acercándose le dio a su marido, un beso en la frente. 
“Gracias”-dijo-  y salió por la puerta.










































































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