sábado, 27 de marzo de 2010

Un cuadro





El cuadro que vi en el "Centre del Carme", el invierno de 2006, me impactó por sus dimensiones (160 x 240 cm), por sus tornasolados colores, por la atmósfera quieta y difuminada, pero sobre todo por la composición de las figuras.
Me cautivó desde el  primer momento la posición de los cuerpos yacentes en medio del prado.
  
Miré el título: "Muerte de Tristán e Isolda"   

Se me esfumó el tiempo contemplándolo. Cuando al fin pude apartarme de él, mis ojos volvían una y otra vez  a buscarlo. Desde otro cuadro, desde otro ángulo de la sala, mi mirada buscaba insistente el objeto que la había seducido. Antes de marcharme volví a acercarme. Duermen un sueño eterno, pensé.


Me marché del Carme. El nombre del pintor se desvaneció tan pronto como salí del recinto. Sin embargo, su obra no se me olvidó. Este cuadro me ha perseguido en sueños.

Más tarde, al escuchar el aria final del drama de Wagner, el liebestod, ese aria romántica por excelencia, que es el "Dolce e calmo", es cuando entenderé el cuadro. Para el mundo Tristán está muerto, pero para Isolda vive. El pintor refleja acertadamente los sentimientos de ella al final de este drama operístico. El cuadro es Isolda. Ella completamente expuesta y entregada.
Silencio, soledad...Isolda.

Esta pintura se convirtió desde el primer instante en una imagen sugerente y en un referente. Retomé el libro de Strassburg y lo releí a finales de 2007. Un año después, en otoño de 2008 reaparece la historia, reaparece el cuadro, pero... ¿Y el nombre del pintor? Internet, enciclopedias, libros de pintura, nada. Acudo por fin a una compañera, especialista en historia del arte. A los pocos días llega la respuesta: Rogelio de Egusquiza.

¿Qué decir de estos enamorados? El atardecer los encontrará inertes y los arropará con una sonrosada, nacarada y mágica luz. Los colores de su piel se oponen, como la vida y la muerte.  Los amantes muertos, se vuelven, sin embargo, inmortales a través de nuestros ojos; los ojos de aquellos que contemplamos su drama, los ojos del espectador. Es Isolda la que otorga la inmortalidad a Tristán con su elección, seguirle en su periplo más allá de la muerte. Irradia un dramatismo calmo, reposado, sutil.

No hay rigidez en su muerte. Su postura se derrama, literalmente, cubriendo el cuerpo del amado, tranquila y descansada. Transmite calma y un deseo de entrar en su mismo sueño como ellos, con ellos. Serena amante, suave, vaporosa, pura, sensual, y confiada en su amoroso final. La fría muerte no es tal con esas tonalidades cálidas y asalmonadas y con su cuerpo  en  posición tan inusual.
                                                                                         
Por siempre duermen Tristán e Isolda, Isolda y Tristán, su sueño de amor eterno.
Una de las leyendas dice que un rosal y una vid crecerán y se enredarán sin que el hacha del rey Marke pueda evitarlo.

En medio del prado, encima de la hierba, dos cuerpos yacen. Las rosas y el infinito horizonte serán ofrenda perpetua en su tumba.

Una historia de 3 años con Isolda.


"Tristán e Isole.  La Muerte".
 Rogelio de Egusquiza 1845-1915.
Lienzo: 160x240 cm.
Colección Museo de Bellas Artes de Bilbao.


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