Hace unas semanas me preguntaba...y yo ¿cuándo me vestiré yo de primavera?
Hoy.
Hoy me he vestido de primavera y regreso a casa con mi piel impregnada de hierbas de monte.
Horadando el barranco he recordado mis primeras salidas a la montaña. Fue tal el impacto que, desde entonces, lo llevo "como un sello en el corazón, como tatuaje en el brazo" que dice El Cantar de los Cantares.
La recorro asombrada y feliz como si fuera la primera vez.
Es mi referencia. La montaña es mi cofre donde escondo un tesoro preciado, la querencia más vital, la más pura, la más indomable, la más natural. Guarda mi espíritu más salvaje y noble.
Hoy, de nuevo ha renovado su alianza en mi piel, a fuego lento, como las grandes pasiones, mientras mis pies hollaban el curso de su garganta, la del río Cazuma.
Mis sentidos han estallado a la vez ante los olores de pinos, romeros, tomillos, profusión de manzanilla, espliego y salvia. Adornaban las flores gamas de amarillos, azules, blancos, morados, rosas junto a los esmeraldas de las limpias aguas del Cazuma que han reconstituido nuestros pies al final de la tarde.

Cuando la Gola de Lucino nos ha encajonado definitivamente y sin escapatoria en el barranco, ha cesado el murmullo del agua. Entonces el viento ha tomado el relevo y entonado el canto de la madre tierra. Su son se amplificaba en verticalidad hasta nosotras. El viento, arriba, con su melodía infinita y suspendida de las piedras calizas mientras nosotras, abajo, eramos arrulladas por sus armónicos, que poderosos resbalaban por las paredes verticales, cantando la inmensa soledad y la serenidad del transcurrir del tiempo.
"Y cuando llego a casa, tomo el ramillete de romero y camomila y perfumo de monte mi estancia"
***