jueves, 25 de diciembre de 2008

Relato de Navidad




No te esperaba.
Menos aún, que al pasar por mi lado, me saludases.
Sin reservas, me dejé envolver en tu manto níveo.

Llegaste ayer, bajo la apariencia de dos mujeres de “cuarenta y tantos”, rubias y vestidas de blanco.

La primera, llevaba el pelo recogido en su gorra de trabajo de dependienta de pescadería de un gran hipermercado. Algunas guedejas platino se le escapaban, graciosamente, de su encierro involuntario. Pintada sin gusto, se dirigió a mí con una sonrisa franca y entregada. Supe que eras tú porque no abandonaste tu radiante sonrisa y tarareabas un villancico popular mientras me atendías.

La confirmación llegó, tras cruzarme con la segunda dama también de blanco. Una invidente elegantísima y con fino "glamour" que caminaba, ya anochecido, hacia su retiro.
 Me llamó especialmente la atención, el encanto que emanaba de su aspecto y de sus vestidos. Incluso el guía, imprescindible, silencioso y fiel, adquirió para la ocasión destellos blancos, mientras con movimiento seguro, iba apartando los obstáculos en su camino.
 
Entonces recordé el oráculo del libro de los Números: “De Jacob avanza una estrella, un cetro surge de Israel”

Asombrada e incrédula, titubeé bajito…”tienes forma de mujer, te he reconocido”



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