Recorrió algunas tardes de otoño las calles de la ciudad buscando el regalo. Lo encontró en una callejuela recóndita, en un anticuario. La puerta tintineó llevándose la desesperanza que ya amenazaba con anegarle.
¡Tu regalo!- se dijo-. ¡Por fin!
Lo reconoció al instante porque quedó cautivada. Lo supo enseguida porque desapareció sin más el desasosiego.
¡Fue tan costoso y arduo el trabajo de hallarlo!
Mas, no era ella, Aradia, quien debía recabar en las profundidades de su destinatario.
"No me preguntes quién o cuándo. La reconocerás al instante, hoy o mañana, hombre o mujer. No importa, aparecerá”, le escribió en la tarjeta de felicitación.
“La pondrás en su mano y… será la guardiana de tu alma para siempre"
El objeto de plata era de procedencia inglesa, delicado, inusual, curioso, simbólico, un tanto complicado y difícil, como era él.
¿Dónde si no iba una bruja a encontrar su regalo?”
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