martes, 8 de junio de 2010

Nieves del Mar

Te pusieron nombre de princesa de cuento.

Al escuchar la canción, "Tanto tiempo esperándote", supe que había llegado el momento de hablarme de ti, pequeña. Han pasado días y días. No sé cómo hacerlo, me digo. Diez años son... muchos años.

Hoy te he encontrado entre mis  viejos álbumes de fotografía. Estamos las dos sujetando a Mara en una instantánea veraniega, allá por el 90. Nada de lo que hoy es se adivina en ella, ni en mis gestos ni en tu sonrisa. Las dos con coletilla, tú por siempre intacta y eterna;  yo... la joven de aquel entonces.

Nieves del Mar ¡Cuánto tiempo sin oír tu nombre! Lo he pronunciado bajito y lentamente. Mientras lo saboreaba he notado un extraño tintineo. La segunda vez me lo he escuchado decir como tus padres solían hacerlo, cantarín, largo y de un tirón.

Dejo el coche a la vera del camino. Serpentea grácil entre pinos y dunas hasta tu rincón, la gran roca, el lugar exacto donde tu padre dejó a merced del azul del mar tu recuerdo en gris.
Y me siento a hablar contigo, frente a estas aguas que te acogen. Me siento en la punta de Tarifa, en esa roca donde te gustaba pasar días y días de playa y mar. Escucho el oleaje bravío de esta parte de la costa sureña. Hoy hace viento, ¡cómo no!, el viento molesto , el interminable viento que salpica incesante el Estrecho.

 Fuiste una princesa digna de ser reina, dulce, delicada y guapa. En ti confluía una  extraña mezcla de rasgos moros y tartesos,  ojos oscuros, grandes y rasgados revoloteando en piel clara y cabello rubio. Recuerdo tu mimosa voz: "...una rosa es una rosa..."

La Muerte, envidiosa de tu hermosura fue a buscarte un día de abril. Adivinó el momento propicio en un tramo de carretera recto, aparentemente sin ningún tipo de dificultad, apenas pasada Tortosa. Apeló a la debilidad humana , al sueño, para arrancarte, presta, de tu lugar en el mundo y seguir alimentando así, la maldición de las hembras de la familia.
La oscura reina se presentó al dar las campanadas del mediodía . El sol lucía alto y también allí hacía viento.

Todo se arremolinó en un vértigo incontrolable: el asfalto, la angustiosa prisa por llegar hasta ti, el sonido del helicóptero sesgando la tarde, el dispositivo de respiración asistida que, paradójicamente, me daba calma, estabas sumergida y no sufrías, la espera, la esperanza y la desesperanza y por fin la mole aquella de piedra gris.

Luchaste contra ella valiente. Todos luchamos por ti mientras la primavera injusta resplandecía en todo su apogeo. El ocho de mayo, la parca se cansó de jugar contigo a vencedores y vencidos.

En aquel lugar inhóspito de Barcelona donde te vi por última vez, en aquel frío lugar de piedra gris me recordaste a otra princesa de cuento de hadas. Te vi en Blancanieves, bella y hermosa, encerrada en tu urna de cristal.
Pero tú no despertaste cuando tu desconsolado caballero te beso. Desesperado, se volvió sombra tuya al paso del tiempo, arrastrándose incansable, buscando saciar su deseo de envolverse contigo.

Vives en tu padre, Nieves del Mar. Cada vez que escucho su voz en la lejanía, tú te filtras entre su cadenciosa voz, te asomas al mundo y me saludas, niña, para siempre eterna.


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